De André Cervera conocemos su apego a la figura, a personajes escenificados en diversas situaciones y que parecen jugar una mascarada cotidiana, sin duda existencial, en privado o en público. Recuerdan a fantasmas, suertes de ectoplasma, emanaciones visibles de una realidad oculta tras las apariencias, y básicamente metaforizan la simbología más certera para definir la verdadera función del cuadro: abrir un espacio temporal donde entes que sólo existirían mientras nosotros los están mirando. Para su exposición en el Embalse diseñó pinturas que giran en torno al tema de la música, y tituló El color, “Accord et à cris”.
Debes saber que en Sète las fiestas son multitud, a lo largo de todo el verano, y que al pintor le interesan todas las formas musicales existentes o probadas. Pero fiel a sus principios, sólo lo considera en acción, en el escenario o digamos en un ambiente performativo. Ya sean los Rolling Stones o Jimi Hendrix, Brassens o Eddie Cochran, Bo Diddley o incluso su amigo Combas, Cervera privilegia la performance, el movimiento como él mismo lo practica en sus obras. En sus últimas, kraft pegado sobre lienzo, el fondo tiende a depurarse, todo se centra en la escena pública -ya veces incluso más íntima y privada-. En el fondo, la música y la pintura tienen muchos puntos en común, aunque sólo sean las nociones de ritmo o de color, y las famosas correspondencias que evocó Baudelaire, no haría falta mucho para oír vibrar la música de los pintores.
Pero esta exposición será también una oportunidad para que Cervera vuelva, en un formato más grande, a más de 20 años de producción, y apostando por el kraft. Descubriremos aquí también su forma subjetiva de informar sobre sus viajes por China, India o África, o de abordar temas que le son tan queridos como la novela negra. Una buena oportunidad para descubrir su obra profunda y vanguardista.
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