Aunque la caligrafía es el arte de la escritura, ese arte se mide por la interpretación del espectador. Utilizando las herramientas de un escritor, ya sea el pincel, la tinta, la pintura o la pluma, el artista puede crear una conexión entre el símbolo y el gesto. No es de extrañar que la caligrafía encuentre su lugar en el movimiento del expresionismo abstracto que siguió al final de la Segunda Guerra Mundial. Artistas de la talla de Jasper Johns, Mark Rothko, Helen Frankenthaler y Franz Kline trataron de crear conexiones más profundas con el ser y expresar lo que estaba reservado al interior de una manera mucho más honesta. Pero ese interior puede estar lleno de interés por lo fantástico, plagado de dolor o consumido por el miserabilismo. Aunque Kline es el artista del movimiento del Expresionismo Abstracto que más se asocia con el uso de la caligrafía, Bernard Buffet, presentado aquí en Artsper, también empezó a transmitir la personalidad de su interior en 1947, una vez terminada la guerra. El parisino Buffet trató de ahorrar dinero y utilizó muy poca pintura en sus lienzos. Por lo tanto, había poca variedad de colores, y en sus retratos se ven sobre todo tonos grises, negros y verdes. Los rostros grises, las frentes arrugadas, el pelo ralo y las manos contraídas adquirían un aspecto crucificado y fantasmal. Mientras que gente como Bruno Mallart moderniza su versión de las caligrafías fantasmales fusionándola con técnicas digitales.
