André-Léon Vivrel

André Léon Vivrel captura en el brillo de su acuarela un París que nunca volveremos a ver. A través de su sutil paleta, la luz baila sobre los adoquines húmedos, acaricia los tejados azules y revela el desgaste melancólico de los carteles descoloridos. En sus escenas de principios del siglo XX, las siluetas anónimas no son simples transeúntes: se mimetizan con el decorado, inseparables de estos callejones que aún resuenan con su presencia. Vivrel no solo pinta París, pinta su atmósfera elusiva donde el tiempo parece suspendido.

Formado en la Academia Julian y en la Escuela de Bellas Artes, se instaló en el corazón de Montmartre, rue Caulaincourt, a pocos pasos del taller de RENOIR (1841-1919). En este barrio de artistas y poetas, refinó su visión y perfeccionó su arte. Su primera participación en el Salón de Artistas Franceses en 1913 marcó el inicio de una carrera que se vería interrumpida por la Gran Guerra. Movilizado en 1914, recibió la Cruz de Guerra por "conducta heroica" en 1917. Al regresar a Montmartre después del conflicto, encontró su estudio y se sumergió en la ciudad que lo inspiró. Pinta los vibrantes callejones de Butte, Sacré-Coeur y Notre-Dame. Realizó estas últimas en serie, como las de Claude MONET (1840-1926), pero también las orillas del Sena, cuyos reflejos cambiantes recuerdan los paisajes parisinos de Albert LEBOURG (1849-1928). París no es su único campo de exploración: desde Bretaña hasta las costas mediterráneas, desde el Sur hasta la Provenza, capta la luz y la vida de los paisajes que atraviesa. Hoy, sus obras dan testimonio de un París desaparecido, capturado con una sensibilidad poco común. Se conservan en colecciones prestigiosas, como las del Museo Eugène-Boudin de Honfleur y el Museo Mandet de Riom.