César Malfi

Conocido por sus frescos monumentales que fusionan los estilos clásico y naif, César Malfi ocupa un lugar indiscutible en la escena artística de la Costa Azul. Estrella emergente del arte callejero, procedente del mundo del graffiti, este artista autodidacta ofrece una interpretación única del arte antiguo, combinando el pasado y la modernidad, para creaciones con un objetivo atemporal.

Recordar la antigüedad es recordar el virtuosismo de nuestros mayores, su invención de los cánones de belleza a través de su destreza técnica. »

César se comprometió a propagar este patrimonio cultural clásico y compartirlo. Tras un accidente con un grafiti, sufrió otro shock, esta vez estético, cuando descubrió el David de Miguel Ángel, que había admirado en Florencia cuando era niño. Fascinado por la belleza plástica del cuerpo, la armonía de las proporciones, el virtuosismo del trabajo esculpido, César se propuso entonces aprender a dibujar pero también a mirar para poder un día crear a su vez.

Para César, la belleza del arte clásico “muestra de qué son capaces los humanos”, de crear en lugar de destruir. Utilizando la herramienta del arte callejero, el aerosol, invita a dioses y héroes al corazón de la ciudad. Las obras maestras de ayer, conservadas en museos, escapan bajo su rocío hacia las calles y se ofrecen a la vista de todos. Con espíritu humanista, el joven artista quiere ofrecer la Belleza a sus contemporáneos.

A través de esta transferencia espacio-temporal, César Malfi reconcilia el arte académico y el arte popular en un deseo de cuestionar nuestra relación con la cultura y el lugar del arte en la ciudad.

Si Dalí y Magritte encarnan figuras tutelares para César, es sin embargo en Fernand Léger y sus figuras ingenuas donde redescubre la franqueza de su infancia. En un impulso sincrético, decidió entonces unir, fusionar las dos estéticas clásica y moderna para romper los códigos tanto como para completar las formas. El rostro esculpido se fragmenta, se parte, se interrumpe para continuar en un contorno ingenuo y espontáneo.

Inspirado por una estrecha relación familiar, también toma prestado subliminalmente de la Escuela de Niza: Martial Raysse por su diversión de los clásicos y la confrontación de colores saturados, Bernar Venet por el equilibrio y la elegancia en su gigantismo y finalmente Ben por la libertad de su gesto artístico, su interactividad con el público y su visión de un arte total.

Si el azul celeste se utiliza predominantemente en sus obras es tanto por su referencia al contexto mediterráneo como por sus cualidades plásticas de calma, serenidad y confianza.

Al dividir su composición en formas geométricas, César busca estructurarla mejor. Como parches que se adhieren a la superficie de la pared, cada polígono aísla y realza un detalle de la obra en un color plano diferente. La obra adquiere así mayor legibilidad pero también su singularidad. A las tonalidades de grises de estos modelos de mármol, César añade una paleta de colores complementarios en una búsqueda constante del equilibrio.

Deseoso de dar sentido a su presencia, César cuestiona la ubicación de sus obras: "¿Qué me dice el lugar? ¿Qué les dice él a los demás? ¿Cómo voy a lograr que hable a través de la obra?". Ernest Pignon-Ernest se convierte así en su referente supremo, lo que le permite repensar su trabajo en la ciudad realizando un “gesto clásico en el espacio público”. En su obra contextual y memorial, cuidadosamente meditada, César «descubre el virtuosismo de la técnica y la poesía que pone en sus obras». Dos condiciones esenciales para la creación de una obra según la filosofía personal de César Malfi.