La expresión de lo sensible.
Las pinturas de Nao Kaneko no se revelan a primera vista: hay que adentrarse en ellas y permanecer allí.
Sus obras más recientes son de gran tamaño sin ser excesivas físicamente, inspiradas en el paisaje, pero se liberan de él para retener solo una referencia distante, generalmente indicada por el título.
La pintora se inspira en las extensiones cercanas al mar, las riberas de los ríos —especialmente el Sena, donde no está completamente desfigurado—, en esos espacios y momentos donde se mezclan cielos, nubes y agua, también en los jardines, pero aún más en paisajes revisitados o reinterpretados por ciertos pintores, en particular Monet por sus jardines y sus impresiones de luz y niebla.
Lo que todas estas pinturas tienen en común son sus colores suaves, pálidos y difusos, con un fuerte predominio de azules y blancos, a veces soleados o avivados por manchas rojas, amarillas o verdes. Hay más en este tono general de color: un arte de tratar la superficie, haciendo que las capas sean profundas y "hablen", mezclando yeso sutil y ligeramente, y luego añadiendo, lijando y añadiendo más colores y gotas de pintura. La mirada atenta se adentra en la densidad y la larga duración del proceso: una pintura de Kaneko nunca es simplemente azul sobre un fondo; es una historia, un tiempo de trabajo, capas de material y también una forma para que el pintor esté presente durante estas operaciones...
Extracto de un texto de Yves Michaud en el catálogo Nao Kaneko – l'Horizon infini, Éditions lapin rouge, 2016.
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