Victor Delfin

Víctor Delfín encontró su fuente de inspiración en la antigua cultura Paracán del Perú, parte de la civilización Inca más amplia. Las pinturas y tapices de aves de Delfín revelan la profundidad de sus raíces mitológicas prehispánicas. Un cierto misterio y un halo mágico envuelven sus composiciones. Con un análisis gráfico, las pinturas de Delfín reflejan una dinámica conceptual que se identifica con el arte popular y, a la vez, se distingue de él. Es un arte que nace de las raíces del corazón y de las alas del subconsciente. Delfín ha capturado la sensibilidad y la profunda identificación que caracterizan la relación de los indígenas peruanos con las fuerzas de la naturaleza.

Delfín se enorgullece de su lugar en el patrimonio intacto del arte peruano desde la época preparacaína hasta la actualidad. Ha absorbido esta influencia y la ha incorporado a su propia expresión. Los tapices de Delfín se remontan a los coloridos mantos tradicionales que usaban los paracaínas hace 500 a 800 años. La civilización inca es reconocida como una cultura avanzada. El uso que hace Delfín de los símbolos incas restablece vínculos con el pasado que bien podrían ser indicios de nuestro futuro. Delfín adquiere una vitalidad inusual en cualquier medio, desde la escultura hasta el tapiz.

Delfín considera que el artista debe ser versátil. "Uno debe tener un criterio abundante en el proceso creativo; así es como se define a un verdadero artista". Su fértil imaginación y sus excepcionales habilidades transmiten su mensaje de desbordante pasión y amor por la esencia de la cultura inca. Delfín nació en Lobitos, Piura, Perú, en 1927. Estudió pintura y dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Lima y, tras graduarse, dirigió las Escuelas Regionales de Arte de Puno y Ayacucho. Uno de sus alumnos fue Carlos Arana Castañeda, el solitario autor de varios libros superventas sobre los cultos a los hongos y la brujería de los indígenas yaquis del centro de México. Otros incluyen a Guzmán, el escultor parisino; Villegas, el pintor colombiano; y Ouintanilla, quien emigró de la montañosa ciudad de Cuzco a Europa para convertirse en un importante pintor en París. Entre estos hombres surgió una fuerte solidaridad. Aprendieron unos de otros el proceso creativo. Intercambiaron ideas, pero la mayor parte de su comunicación se dio a través de su trabajo. En la academia, los estudiantes no firmaban sus obras. Nadie tenía problemas para conectar a un artista con una pintura. Cada artista, a su vez, percibió y registró las alegrías y las tristezas que han afligido al mundo desde que el hombre tomó conciencia de su propia identidad.