Delphine Beguinot-Dollet

Leonardo da Vinci aconsejó a los artistas que mantuvieran la mirada fija durante mucho tiempo en las viejas paredes para encontrar formas familiares. La multitud de formas que luego se revelaron excitó la mente, estimuló la imaginación y ofreció apoyo poético. Si este consejo del maestro se ha convertido desde hace mucho tiempo en un método fructífero de creación, lo es también para quien mira y acepta estar en un estado de receptividad, una de las formas más elocuentes de ser poeta a su vez.

Los atropellos que el tiempo provoca en las paredes y frente a los que todos hemos venido para detenernos con placer y deleite, son el punto de partida de la obra de Delphine Beguinot-Dollet. En grandes formatos que tenemos que afrontar, como espejos, rehace de la forma más intuitiva posible a través de materiales, texturas y colores, esta pared manchada, mohosa, ruinosa que sin embargo le llamó la atención con tanta seguridad como ante un paisaje.

Con el apoyo del espectador, surgen personajes, paisajes, se desarrollan historias, se revelan secretos. Quien accede a aventurarse en el espacio-tiempo del lienzo, todo este universo, todo este microcosmos se convierte en suyo. Como espejos del alma, abriéndose a los territorios infinitos que pueblan y habitan cada uno de nosotros a nuestra manera muy personal, los cuadros de Delphine Beguinot-Dollet funcionan como reveladores, como sueños. Atrapado en la contemplación, el espectador se ve inmerso en un proceso de interpretación que procede de la asociación de las imágenes evocadas y sugeridas. Los lienzos actúan entonces como una pantalla y terminan en la mente del espectador.

La reserva poética inagotable que se le da a quien sabe ver abre a Dephine Beguinot-Dollet un mundo infinito de exploración, como a aquellos niños que saben sin saberlo, asombrarse frente a un páramo donde todo queda por inventar. y vivió.