El profundo interés de Laura Bofill por la pintura se desarrolló muy pronto. Proveniente de una familia de artistas, se familiarizó con la práctica a una edad temprana. Tras formarse en la Escuela Industrial de Barcelona, dejó España rumbo a Londres, una bulliciosa megalópolis cuyo crisol cultural influiría profundamente en la artista. El paisaje urbano, las formas y los volúmenes de las ciudades -ya se traten en su totalidad o en su vacío, ya se trate de su omnipresencia o, por el contrario, de su desaparición- se convierten en el tema central del artista. Su creciente interés por la efervescencia de las metrópolis la empujó en el verano de 2005 a volar a Nueva York donde se matriculó para tomar clases de dibujo en la Escuela de Artes Visuales. La Gran Manzana será clave en toda la obra de Laura Bofill. Su práctica que declina los soportes: fotografía, pintura, dibujo, así como los materiales: acrílico, papel, lienzo o resina, permitiendo al artista multiplicar los efectos de materia y textura.

Su obra cuestiona nuestra relación con las ciudades, el papel y el poder de su arquitectura, pero también la influencia de sus infraestructuras: sus carreteras, sus puentes, sus ascensores, sus escaleras mecánicas, sus vestíbulos, lugares de encuentro o, por el contrario, lugares de aislamiento. . Atraída en su obra por el movimiento, la temporalidad y el desplazamiento, la artista explora por un tiempo el campo audiovisual para abandonarlo rápidamente y volver a la imagen pictórica que es la única que le permite concentrar sujeto y técnica, para materializar la forma y el tiempo en el gesto.