Siria, una encrucijada de civilizaciones, ha experimentado acontecimientos dolorosos y trágicos en los últimos años. Palmira, herencia de nuestro pasado común, entre Oriente y Occidente, es su símbolo mártir. Este informe único es un tributo a la belleza de este país y a los hombres que lo construyeron, amaron y protegieron.
Invitado en 2002 al festival de fotografía de Alepo, Michel Eisenlohr decidió tomar el camino desde Marsella. Como los escritores que hicieron su “viaje a Oriente” en el siglo XIX, descubre este territorio por carretera, a lo largo de kilómetros. Como diario de viaje, cámara de cine y el sesgo del blanco y negro.
En medio del desierto, Palmira es una escala imprescindible. La grandeza y la poesía de las ruinas abruman al fotógrafo. La luz deja su huella en él, cincelando el volumen de las columnas, recortando el relieve de las cornisas. Creemos la ciudad abandonada al viento; resulta estar habitado por los pastores que hacen descansar su rebaño a la sombra de sus muros, por los niños que encuentran allí un enorme parque infantil.
En Alepo y Damasco, la mirada de Michel Eisenlohr queda atrapada en la vida burbujeante de los puestos, en las telas flotantes, en las callejuelas oscuras y adoquinadas, en este arte de vivir que reúne a las diferentes comunidades en el intercambio y el respeto. Las columnatas de la ciudad romana responden a las arcadas de la mezquita, a la tracería antigua, a los patrones geométricos del arte islámico.
Diálogo de formas y sociedades. Así es la Siria que descubre el fotógrafo, sublime, generosa, a veces secreta. Una tierra de patrimonio viviendo el presente.

Michel Eisenlohr