Nikita Schumacher

La pintura de Nikita es igual a sí misma: contiene su parte de secreto enterrado en algún lugar bajo la materia. Que se revela para quien sabrá mirar. Con franqueza, intenta dejarse domesticar manteniendo en lo más profundo de sí el espíritu salvaje de un pasado cuyo sufrimiento Nikita desea silenciar. “Pinto lo que soy”, dice. Ella es esta artista que busca sentir más que comprender. Con un gesto pictórico que encierra su dimensión gráfica, se arriesga a dejar desconcertado al espectador.

De sus años de formación artística, en perfecta autodidacta, mantuvo este trazo de lápiz que la mantiene en contacto con la tierra; la figura está ahí, representada gráficamente justo debajo, con toda la fuerza de la carga psíquica que se le puede atribuir, pero se esconde, se escapa de la vista con extrema modestia para aparecer solo en breves instantes en la penumbra o en la luz brillante . Lo mismo ocurre cuando Nikita, armada con su bote de aerosol, intenta reproducir la corteza de los árboles antes de raspar el material hasta obtener el efecto deseado. Cuando miramos un árbol, estamos lejos de imaginar los tesoros que alberga, el título de una de sus obras da información sobre el tumulto interior de una artista que busca estabilidad, fuerza y calma en sus propias raíces. Bajo sus dedos expertos nace una danza: la de las muy coloridas variaciones de especies de madera en el corazón del bosque.

Una obra de Nikita no se puede mirar, se acerca, se vive como un momento de profunda intimidad. Ella tampoco se apropia, al contrario es ella quien te elige, después de haberse dejado desear durante mucho tiempo. “Como artista, trato de mostrar cuán invisible es la invisibilidad de lo visible”, explica Nikita, como para abandonar mejor al espectador a su propio deseo. Para abordar la obra, primero un título: una palabra sencilla, descriptiva y despojada, que adquiere apariencia de afecto. Una delgadez del sujeto que permite la apertura hacia un espacio imaginario inesperado. El resto es sólo sensación, emoción fortuita, en el marco de una relación alimentada entre el pintor y su lienzo, entre su lienzo y el espectador. Sin embargo, no hay certeza, los colores permanecen libres, azul, rojo o naranja. Aparecen casi inaccesibles, tanto que se vuelven a eludir, provocando la sensación furtiva en la distancia: como un vuelo frenético. Corresponde al espectador encontrar el hilo conductor, aceptar sumergirse en la emoción para vivirla plenamente. Y así crear las condiciones que le permitan avanzar.

Vive y trabaja en Francia.