Presentación

De los muchos años que pasó en África, en las fronteras del Sahara, en Kenia y en Tanzania, Marianne Houtkamp trajo recuerdos duraderos y vínculos inquebrantables con los pueblos con los que compartió la existencia, y muy a menudo alivió el sufrimiento. Sensible a su situación a veces catastrófica, movida por su dignidad, su coraje, su orgullo en todas las circunstancias, no tuvo más remedio que darles una parte de la eternidad a través de sus esculturas. Todo su trabajo es gritar con verdad, con respeto a estos hombres y mujeres cuyas vidas son tan diferentes y alejadas de la nuestra. Remoto si nos atenemos al lugar y al aspecto material de la existencia, pero tan cerca cuando se trata de sentimientos, alegrías o angustias, indigencia frente a la miseria, enfermedad, guerra o exilio. Ya sea que los haya representado a tamaño real o reducido, Marianne Houtkamp ha hecho un retrato sorprendente de los Masaïs y Bororos con quienes se ha codeado. Siluetas altas, esbeltas, de extremidades finísimas, rostros alargados donde se leen todas las dificultades de su vida errante, tienen el misterio y la rectitud de su dignidad. Nos sentimos en ellos seres orgullosos, dispuestos a morir antes que a doblegarse. Preocupada por el más mínimo detalle, Marianne Houtkamp estudió detenidamente a sus súbditos, sus ropas, sus pesados adornos, sus señas de pertenencia a la tribu, cédula de identidad de cada uno de ellos. Los colores de sus bronces, de increíble riqueza, se mantienen fieles a los de los trajes o joyas que lleva. A veces incluye piedras naturales idénticas a las de los adornos de los árboles. Gente del monte o del desierto, pastores nómadas constantemente enfrentados a dificultades crecientes, hombres con horizontes lejanos, sus miradas se pierden sin fin en el mayor de los misterios y en un silencio angustioso. Sus rostros reflejan una tristeza insondable, un cansancio insuperable, la angustia del día siguiente, una suerte de resignación fatalista ante la escala de los desastres que son su destino cotidiano. Observadores impasible, inmóvil, dibujados como centinelas vigilantes, sombras nobles y misteriosas que se asoman en la sabana o en las arenas del desierto, el artista quiso inmortalizar en bronce a estas tribus en gran peligro de extinción. En un juego de ajedrez gigante, Marianne Houtkamp reunió a los Masai y Bororos, eligiendo para cada pieza de su tablero de ajedrez los símbolos de sus vidas y sus respectivas culturas. Un pequeño trozo de África en un breve resumen.
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