Patricia Rowland

Nacida en Leeds, Inglaterra, asistió a la Escuela de Bellas Artes y luego al Royal College of Art, Londres, 1950-1953. Establecida en Francia desde hace 52 años, ha estado ocupada durante tantos años reconstruyendo formas de vida más allá de la vida misma. Tenemos así la impresión de que en el mundo que nos rodea, las formas están siempre en busca de otra identidad definitiva.

Sin embargo, en esta aproximación casi telúrica al mundo y a la vida, sólo el escultor parece capaz de extraer poder y desviar un camino. Él solo parece tener que intervenir e interferir para finalmente dar orden al caos y un símbolo al destino.

Es en este planteamiento que hoy podemos situar la obra de Pat Rowland, el más catalán de los británicos. Cualquier exposición antológica se esfuerza por reunir los fragmentos dispersos de la obra para darle la dimensión más completa. Y esto es especialmente importante para un artista como Pat Rowland, que ha estado practicando lo que podría llamarse una escultura de metamorfosis durante tantos años.

Procedente de esta famosa escuela de Leeds, tan decisiva en la historia de la escultura contemporánea con gigantes como Henry Moore y Barbara Hepworth, Pat Rowland supo identificar su propia personalidad y buscar otros acentos en contacto con el país catalán o con un Mediterráneo meridional que se adapta perfectamente a su temperamento cálido.

Por sus líneas de fuerza, sus contracciones o sus embestidas, sus impulsos y sus deformaciones, esta escultura también parece estar ligada a siglos de tradición para afirmar la permanencia de un testimonio de civilización. Al decir esto, no podemos evitar la tentación de ir más allá y orientarnos hacia lo sagrado siguiendo esta deriva de formas que intentan escapar del mundo de lo efímero para acceder al de la duración y la armonía, reclamando así una parte divina. Si bien la estatuaria ya no procede hoy del ideal griego o de una representación estrictamente religiosa que durante mucho tiempo fue la suya, la búsqueda de la esencia de las formas se basa, incluso de manera primitiva, en lo que tienen por nombre o emblema, pureza, lo primordial o lo mítico.

Aquí está el hombre, de pie, arqueado, estirado, atado, enroscado, truncado, conquistado o triunfante, es siempre el cuerpo en movimiento. Invirtiendo el universo de Pat Rowland, pasaríamos de la digresión en la digresión para volver finalmente a esta dualidad soberana del signo y el material que nutre la obra por su autenticidad y su vigor, abriéndonos el mundo vehemente del rechazo de la fatalidad humana.