

Zeta Yeyati transforma objetos olvidados en obras que respiran historia, emoción y belleza inesperada.
Biografía
Zeta Yeyati (Burzaco, 1965) es un artista visual que ha transformado el reciclaje en un lenguaje poético y la materia olvidada en un acto de redención estética. Si bien el público lo ha conocido como músico en proyectos como Los Intocables, La Mississippi o Babel Orkesta, sus verdaderas raíces creativas residen en las artes visuales. La expresión visual fue su primer terreno. Antes de los acordes, llegó el dibujo. Antes de los escenarios, llegaron los troncos entrelazados.
Autodidacta inquieto y sensible, Yeyati asistió a talleres con figuras como Antonio Pujía, León Ferrari y Diana Aisemberg; sin embargo, su obra no sigue ninguna escuela formal. Se mueve con libertad entre la cerámica, el collage, el esténcil y el ensamblaje. Su estética se nutre de lo que otros desechan: carteles callejeros, restos de hierro, patas de muebles, bronces y madera envejecida. Un contenedor de basura fue su primer museo. Después vinieron los mercadillos, donde continúa recolectando restos para sus piezas únicas.
En sus obras conviven perros, pájaros, músicos, reinas, caballos y magos, como si cada figura emergiera de una historia más antigua que el propio objeto. Su repertorio está poblado de personajes que surgen del collage con la fuerza de un sueño lúcido. No busca imitar la realidad, sino reencarnar fragmentos de ella. Como lo describió el curador Rodrigo Alonso, su arte es una "filosofía vital", un gesto que desafía el consumismo y abraza la posibilidad de revivir lo olvidado.
El color, presente con una intensidad impactante en su obra reciente, llegó gracias a un cambio interior: su encuentro con Milo Lockett, que no solo redefinió su paleta, sino también su forma de compartir su universo. Desde entonces, la obra de Yeyati vibra con una energía más lúdica, sin perder su profundidad simbólica.
Yeyati no se limita a crear imágenes, sino que construye una arqueología emocional a partir de los restos de la vida cotidiana. Cada obra es una historia hecha de tiempo, memoria y desperdicio; un acto de rescate que devuelve la humanidad a la materia. Desde ese gesto —profundamente plástico y profundamente humano— su arte se dirige a quienes están dispuestos a mirar más allá de la superficie.
