Philippe Le Guillou

Artista escultor

A este bretón le fascinan las piedras, los menhires, los dólmenes que estimulan su imaginación y su inspiración. Su padre, que se hacía a la mar con frecuencia, le dejó su banco de trabajo y sus herramientas. A los 17 abordó un tronco de roble, un cincel y un taladro, su primera escultura. A los 24 años, en el bosque mágico de Brocéliande, esculpe tortuosos tocones. Después de largos viajes, se instaló en Cadière d'Azur.

A través de sus muchos viajes, Philippe encontró su inspiración. En los Estados Unidos descubrió los tótems de arte de los indios nativos y en Marruecos los artesanos de Essaouira lo alentaron como artista.

El arte de la escultura está presente en todas partes: templos de Sri Lanka, Tikis polinesios, tumbas mahafale malgaches o canoas maoríes.

Las máscaras del Arte Africano lo conmovieron profundamente con su carga emotiva y mística. Desde su más tierna infancia ha observado el cielo, la geometría de las estrellas y las galaxias, así como las moléculas, una cuestión de escala. Para él, el mejor artista es la Naturaleza, las rocas esculpidas por el viento de la Antártida, las formaciones rocosas de Tassili o un simple charco de barro seco ofrecen tanta inspiración como el mar.

Admira a muchos artistas como Andy Goldsworthy, Matta, Eduardo Chillida, Archipenko, Constantin Brancusi, Marx Ernst, César, Antony Gormley, Armand..., y los maestros del arte aborigen contemporáneo.

Todos los materiales le fascinan, cada uno con su especificidad. Comenzó construyendo metales como cobre, estaño, latón, acero y, más recientemente, acero corten, que es una aleación oxidada pero estable, resistente e impredecible. Es para él el material que lo elige con sus exigencias.

“Es una pelea, tratamos de dominar, pero finalmente conseguimos algo diferente a lo que imaginábamos”.

La escultura es el encuentro y luego la confrontación con el material, ¡una búsqueda sin fin!