Bernard Jannemin

Nacido en Lorena en 1955, Bernard Jannemin vive y trabaja en Bretaña desde 1979. En Beaux-Arts, pasajero, prefiere los encuentros con artistas: Moarch Eveno, Sayed Darwich, Jacques Maréchal... Expone con el grupo 96 en París en 1982. Fue seleccionado dos veces para la Mostra Illustratori de Bolonia en 1991 y 1998; exhibido en el Museo de Arte de Itabashi en Tokio. Premio de ilustración en 1992 en Hamburgo. Ilustra libros (ediciones Messidor-La-Farandole, París; Harmonia Mundi le chant du monde).
Ha expuesto en Francia y en el extranjero desde 1980.

“Invitación a escuchar una tierra viva, vibrante, a la vez hospitalaria y dura, poblada por un mundo en pleno nacimiento, esto es lo que nos ofrecen las pinturas recientes de Bernard Jannemin. De estas tierras rojas incandescentes surgen cuerpos, bien encarnados, bien enraizados y, sin embargo, estirados hacia el cielo para abrirse a una dimensión aérea como árboles aferrados a la tierra y al cosmos.

Estas representaciones concretas propias de las realidades abstractas del artista toman su identidad del movimiento que provocan los cuerpos amplios y la expresión de su máscara. Vislumbramos en sus cuadros, una puesta en escena, una puesta en escena propia de la dramaturgia. Prepara el escenario para un mundo áspero y agudo, donde los seres se buscan, se preguntan sobre su papel. Cortinas para acentuar el movimiento y máscaras para la magia de los ritos sagrados que recorren los caminos del estado primitivo y tribal de lo que es el ser en realidad.

Estas expresivas máscaras parecen lanzar una mirada sobre quien las observa. Sin embargo, enfocan esencialmente sus ojos y sus emociones, es decir, las del artista, en un mundo profundamente perturbado en sus valores. En nuestro tiempo, donde se socavan las creencias y los ideales espirituales, es bueno ser invitados a la meditación, a la escucha del mundo, del que llevamos en cada uno de nosotros.

Bernard Jannemin lo explora en los materiales, las transparencias, las opacidades de los pigmentos: siena tostada, ocres, óxidos rojos, revelando más claridad, luminosidad, y si a veces aparecen dorados imperceptibles, estos son sólo rastros de un mundo irrisorio sujeto a la riqueza material. .

Pega, lija, raspa madera, lienzo, arena, papel, tejidos de trama basta o fina, y son estos relieves los que reclaman la forma; los personajes se casan con los relieves, armonizan, se mimetizan con el entorno creado. De estos materiales surge una nueva criatura, una desconocida, pero su presencia nos tranquiliza, nos prueba que quizás no estamos tan lejos de las representaciones del pintor.

La huella también adquiere un papel importante, primordial en la composición, el del recuerdo, de la memoria. La tierra siempre lleva rastros de algo que sucedió, como signos, escritura incierta que deja un mensaje para los seres futuros que los une fundamentalmente en el espacio-tiempo. Bernard Jannemin las inscribe sobre una gran variedad de soportes: lienzos flotantes sin bastidores, formatos de largo o, por el contrario, de ancho, que dan al cuadro una extensión, una extensión más allá del marco sin la vergüenza de las reglas.

Por lo tanto, comienza otro período con Bernard Jannemin. Hasta entonces estábamos acostumbrados a ver una pintura más etérea y más mineral, inspirada en los cielos, los mares y las costas rocosas de Bretaña, donde vive y trabaja desde hace más de veinte años. Las máscaras, tema recurrente en él, ya tenían una fuerte presencia, pero allí, en sus últimas obras, este tema central florece de lleno en medio de una tierra roja, quemada, teatral; se intuyen preocupaciones ecológicas y profundamente humanas. »Dimitri Müller