Francesc Daranas

Alguien dijo que la imagen de finales del siglo XX, la que nos permitiría resumir toda la dominación y esclavitud que hubo, sería la del hombre de la muñeca rota; una figura como la del pensador de Rodin, con una mira fija en la muñeca izquierda, donde teóricamente llevaría el reloj. Jean Buadrillard propuso la imagen de un hombre sentado y mirando, un día de huelga, la pantalla vacía de su televisor. ¿Será esta imagen, la que sintetizará toda la antropología de este tiempo? La obra de Francesc Daranas también tiene esta vocación niveladora. Lo primero que sorprende es la precisión técnica y el juego cromático. Cada cuadro es un realce, un editorial. Una búsqueda del momento, casi cinematográfico, que puede resumir una época, un sentimiento, una época. Sus obras son un pensamiento sobre el individuo, este ser que enfatiza la imagen que tiene de sí mismo. Este ser solitario sin rostro cuyos gestos son lo que importa, participando en el imperio de la estética, la actitud que fotografía la duda, una duda cartesiana que quiere escapar del escepticismo, que quiere creer y esperar, sin dramatizar pero con ironía. Lo que muestran estos dibujos de paisajes urbanos o interiores barrocos con personajes es una reflexión sobre la identidad del hombre soltero que vive en una sociedad donde los valores se fragmentan, donde cada fragmento brilla por momentos en un cielo de simulación y luego desaparece. Daranas nos muestra que todo se ha vuelto estético y el referente ya no es el otro, si no uno mismo. Autosuficiencia autosuficiente. No tienes que mirar, solo mírate a ti mismo. Daranas nos enseña a ver lo que ya se ha visto y que ha quedado como imágenes de la inconsciencia, pero mientras hace un guiño al espectador inteligente y lo invita a superar la decadencia y el nihilismo. Daranas demuestra con ejemplos lo que Lipovestly reclama para la sociedad contemporánea: la conciencia de la inmersión estética, el valor del detalle y la brillantez de lo efímero. Ferran Teixidor Catedrático de Filosofía.