El artista francés, nacido en 1989, Robin Obitz simula el dibujo arquitectónico con alma de paisajista. Con motivo de su nueva exposición personal “Exposición Tres”, se darán a conocer una veintena de nuevas obras, presentando una nueva serie del artista.
Robin Obitz creció expuesto a las obras de Jean Gorin, miembro del movimiento neoplasticista, una gran influencia en su desarrollo artístico. La pintura de Robin Obitz es decididamente sentimental, imbuida de abstracción lírica, sin intención forzada. Su fuerza reside en la perpetua reinterpretación de sus propios modelos. Aunque expresa una obsesión por las líneas y los rasgos, que a veces se superponen o limitan, su gesto es de absoluta libertad. Obitz es poesía a través del color.
Los acrílicos de Robin Obitz son ventanas que se abren a paisajes armoniosos. Las superficies rectangulares ensambladas como tabiques móviles recuerdan el juego entre abstracción y figuración que se encuentra en la serie Ocean Park de Richard Diebenkorn. Como a través de las ventanillas de un tren, pasan los paisajes. Los márgenes blancos que rodean las superficies aportan una fluidez al conjunto, en el que queremos deslizarnos libremente. En obras como Pastel Mirrors (2024), Obitz explora un juego de espejos que literalmente sumerge al espectador en el lienzo, amplificando la sensación de profundidad e introspección.
En ocasiones, se integran elementos decorativos en sus interiores para fortalecer la alianza entre el ser humano y la naturaleza. En Prouvéetmoi (2024), Obitz juega con la idea de mise en abyme creando espacios que evocan un museo imaginario, como un museo personal. Sus composiciones de colores refinados encuentran ecos en la arquitectura moderna, en particular los techos de cristal, que recuerdan la casa modular de metal de Jean Prouvé. Una referencia al diseño queda subrayada por la inserción de una silla roja, añadiendo una importante nota de color a sus lienzos dominados por tonos apagados.
En su última serie, la búsqueda de síntesis de Robin Obitz alcanza un punto culminante, donde el color respira con una nueva libertad, mientras que el blanco encuentra su lugar como línea guía, estructurando el espacio y guiando la mirada hacia el centro de la obra. Este uso del blanco, imprescindible para equilibrar formas y colores, evoca la investigación de Kazimir Malevich sobre el suprematismo, donde el blanco se convierte en un espacio de contemplación y profundidad.
En esta serie, Obitz atenúa sus colores añadiendo tonos pastel y filtros oscuros, creando una atmósfera más melancólica. Esta transformación da a sus paisajes una cualidad onírica y misteriosa, dando paso a composiciones más oscuras y profundas. Este diálogo entre tonos evoca la forma en que Mark Rothko utiliza el color para generar una experiencia emocional profunda, capturando la esencia de las emociones humanas a través de campos de color engañosamente simples.
Robin Obitz encarna una forma de expresión artística radical y espontánea. Sus obras demuestran su deseo de capturar la esencia del momento, donde el color y la forma rompen con las expectativas para revelar una belleza cruda y auténtica. En su búsqueda de renovación, el artista crea un universo donde la serenidad se manifiesta a través de una paleta dominada por el azul y el blanco, enriquecida con sutiles toques de colores pastel.
Milena Oldfield.
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