Thomas Witte

Todo comienza con el deseo de decir el cuerpo: desde muy temprano me propuse copiarlo, reproducirlo. Estudié su forma, su complexión. Inspeccioné su interior, su anatomía, buscando apreciar su Belleza mecánica. ¿Pero de dónde viene este deseo que me persigue?

Evolucioné en un mundo donde se requería modestia. El cuerpo desnudo cubierto, pero claramente visible, se exhibe a mi alrededor en las paredes de la ciudad, liso sobre papel brillante. Mi mirada de adolescente encantada y ansiosa se topa con la periferia, con la superficie de estas formas voluptuosas y estereotipadas.

Fue a través de la historia del Arte que descubrí el cuerpo. Recuerdo que fueron horas de meditación infantil, fascinados estudiando la lección de anatomía del Doctor Tulp de Rembrandt. Era mi puerta de entrada. Hay algo ahí. Tengo que cavar. Sigo el hilo de la Historia, Rodin, Schiele, Bellemer y muchos otros marcan este camino. Siempre más lejos, más profundo, más incisivo. Frente al lienzo blanco, y a mi vez, yo también quiero capturar este cuerpo. Las pinceladas se proyectan sobre el lienzo. El aceite se esparce en zonas ásperas, cepillo, extiendo, limpio, raspo para recuperar las claras. De este caos de formas nace una arquitectura, fruto de un viaje secreto e intuitivo. Una pista. Corto, delineo y especifico, anatomo el material, hago accidentes. Convoco al cuerpo, emerge, viene a contarme su historia. Lo aclaro y lo revelo y si es necesario amputo. De esta cacería finalmente surgió un cuerpo. Lo dejo allí para que descanse, fruto de un abrazo que sólo pasará una vez.

La pintura es el material que esculpo, el material que me habla, el que me cuenta historias.