Monique de Roux

Grabadora reconocida, Monique de Roux realmente comenzó a pintar a finales de la década de 1970, describiendo visiones oscuras pobladas por maniquíes y personajes inmóviles. Una estancia de cuatro años en Panamá y el descubrimiento de los colores puros transformó su arte en un lenguaje simbólico de sensaciones, hecho de experimentos sobre el color y la vibración de frágiles contornos.

Las escenas arquetípicas de Monique de Roux evocan una temporalidad lejana, en algún lugar entre el mundo de los sueños y una conciencia apenas recuperada. En este espacio tan familiar -como el de la infancia- está enterrado el material de la memoria, traspuesto a gestos ritualizados. Acentuada por una simplificación geométrica de los volúmenes, sus figuras se fijan en una tranquilidad enigmática en medio de una naturaleza exuberante, simbolizada por el placer táctil pero precario de sus naturalezas muertas. Una disonancia inquietante emana de estas visiones primitivas de naturaleza edénica envueltas en una melancolía diáfana.

Como ecos lejanos de Piero della Francesca y del Douanier Rousseau, su obra aparece como una proyección mental de hechos soñados o vividos. En busca de sentido, Monique de Roux configura un intersticio en el que la realidad y los sueños casi se encuentran y revelan una intuición de la eternidad.