Joana Frontera

En cuestión de segundos te imantan sus delineados ojos hambrientos de miradas recíprocas. Como lobas en la noche, aúllan al unísono esperando ser contempladas hasta el amanecer, cuando las máscaras caigan, desvelando los rostros ocultos envueltos de nocturnidad y de risas juglares que todavía resuenan en el recuerdo de una noche carnavalesca. Revelada su identidad, solo queda una mujer de pelo cobrizo que sostiene, enigmática, una rosa aún flamante, quizá último testigo de la belleza que encierra siempre el misterio.

Tres retratos de una misma identidad se sostienen bajo una misma sonrisa arcaica, rígida, impávida, contundente. Se atenúa el color de la piel entre ellas, empalideciendo desde los reflejos dorados al rubor de unas mejillas encendidas, que acaban por teñirse de níveo marchito. ¿Es esta la careta de quien se esconde por diversión o por miedo? Temor a ser uno mismo, a conocerse ante sí y ante los demás, a desnudarse en un circo de personajes disfrazados de vanidad, soberbia y lascivia.

Esta y otras mil interpretaciones podrían concatenar cada obra de la pintora, especializada en el arte de una oratoria plástica fascinante en la que uno siempre acaba por introducirse en su edén lírico repleto de símbolos y matices. Su alma inquieta cubre de esa propia búsqueda todo el lienzo con colores llenos de texturas incandescentes, fragua eterna de preguntas de una irresoluta existencia. - Por Carmela González-Alorda (Revistart)