Claude Gesvret

Entendemos mejor desde el principio. Desde las Bellas Artes de Lorient hasta las de París, Claude Gesvret explora su práctica con fervor y lucidez. Sus primeros trabajos realistas: cubiertas, fachadas, autorretratos, edificios urbanos, en memoria de De Staël o Robert Delaunay, condensados y construidos con autoridad, lo llevan naturalmente a "cruzar la línea". Así, mediante gestos breves o prolongados, ya repetidos y fragmentados, utilizando una pasta grumosa y un croma contrastante pero algo amortiguado, estructura pacientemente sus lienzos, acumulando y superponiendo formas, signos y mojones de borde a borde, hasta la dilución de sus unidades. . En la década de 1980, dentro de los no-colores intersticiales que ahora codifican el campo, las formas geométricas emergen como contrapunto, como salvaguardia ante posibles deambulaciones. Durante la década de 1990, las texturas de sus formatos al óleo o acrílico se aflojaron y albergaron vetas, rayas, filamentos, pliegues o collages, estratificados, subcapas y superpuestos, realzados por el resplandor ardiente de pasajes calcáreos, que exaltan la intensidad de la representación, sin alterar su coherencia. La década de 2000, siempre basada en los mismos patrones, recapitula los logros anteriores bajo una nueva luz. Las masas se expanden, las imbricaciones de formas estables y efervescentes marcan el equilibrio del lienzo y las zonas lacunares contribuyen a su respiración, después de tanta efervescencia. Luego, en la década de 2010, los blancos y los reservas ganaban terreno, los colores se aclaraban, pero las formas arremolinadas, ventiladas como ráfagas de viento y agregadas en islas de materia en movimiento salpicadas de negros profundos, continuaban su diálogo con las largas bandas intrincadas y escalonadas , que dan la medida final de esta obra libre de tiempo muerto.
Ahora bien, si tuviéramos que emparejar la pintura de Claude Gesvret con una familia de espíritu, no sería el informalismo, demasiado híbrido, sino seguramente la filiación expresionista. Fuerte en sus variaciones unitarias, efusivas, impregnadas de humanidad, su presencia inquieta nos remite al orden de lo relativo y lo sitúa en un nivel de exigencia fundamental.