Anna Camille

Anna Camille trabaja simultáneamente en varias series, todas con objetivos diferentes.

Retratos sobre un fondo amarillo anaranjado. Rostros expresivos, llenos de vida, casi en movimiento. El cuerpo apenas esbozado, sugerido. El cuadro capta una actitud, una mirada. Es eficaz, tratada con parsimonia, por la preocupación de no decir demasiado, por el deseo de ceñirse lo más posible al momento captado. Anna Camille va a lo esencial: ningún fondo, para que la mirada se centre realmente en el rostro, sus expresiones, la luz que emana de él.

De hecho, el rostro vibra. También plantea interrogantes: de lejos, se piensa que se trata de carboncillo, pero de cerca, se puede identificar el medio realmente utilizado por la artista: la pintura al óleo, una técnica que requiere tiempo y maduración. Esa es la paradoja de esta obra: Anna Camille parte de un selfie o de una foto tomada rápidamente, pero elige un medio que le exige dejarse impregnar lentamente por las expresiones que ve, para extraer lo esencial.

Retrato o autorretrato, al final da igual, la figura se trata con la ambición de mostrar un "momento", del que se deja emerger una parte de la naturaleza humana, la alegría, el desconcierto, la firmeza, la ternura. "Todo retrato pintado con alma es un retrato no del retratado, sino del artista", escribió Oscar Wilde.