Arthur Simony

Arthur Simony dejó la escuela secundaria a la edad de 17 años. Atraído por las líneas, las formas y los materiales, se trasladó a Bruselas y se matriculó en una escuela de moda. Fue durante este primer año que realizó su primera instalación, "La vida pende de un hilo". Estamos en 2002. Hoy, Arthur Simony vive en París. A partir de esta experiencia, todavía le gusta el hilo y la línea. Entonces estira y suspende hilos, marca líneas fluidas y precisas que se imponen en las puertas y vallas, un rastro de sí mismo, arrojado a los ojos de los transeúntes. Este gesto, inicialmente impulsivo y repetitivo, se fue imponiendo paulatinamente hasta el día en que, en 2007, apareció una figura. Trabajó en él, solo en la intimidad de su habitación, y lo reprodujo incansablemente. Poco a poco, la silueta se fue refinando, definiendo; su cuello y su rostro se alargaron, su cabello cambió de forma. Nació Jeanne. En 2011, salió a las calles de París. Desde entonces, Arthur Simony ha estado experimentando con otras formas de expresión como su trabajo sobre espirales de palabras: la misma palabra, la misma frase se repite en un movimiento en espiral hasta el punto de hipnotizar al espectador y succionarlo hacia el corazón del círculo. El enfoque artístico de Arthur Simony gira en torno a estos dos ejes: el primero se centra en la creación de instalaciones, el segundo experimenta con diferentes enfoques del arte callejero y el dibujo. DIBUJOS DE PALABRAS Las oraciones son la tercera parte de un trabajo de investigación sobre la escritura y las palabras. En primer lugar, escritura sistemática. Arthur Simony escribe una frase, y luego otra, la misma, siempre. Entre ellos, ni punto, ni blanco. Las palabras están pegadas, las letras apretadas, los espacios borrados. Toda la respiración está suspendida. En el lienzo, solo queda visible una forma compacta, densa y nerviosa, cuyos intersticios están llenos de colores primarios. El texto, visible para todos, ha desaparecido. Pero pronto la sentencia se contrae. Todo se reduce a una palabra: la palabra felicidad, la palabra amor, la palabra paz. Allí, de nuevo, no hay plenitud y holgura, no hay redondez, sino letras dibujadas con fuerza y energía. Las palabras se suceden y dibujan espirales siempre en el mismo movimiento, desde el exterior hacia el centro. Las palabras llegan entonces a ese punto final donde todo termina, muere y renace. Finalmente, al final de esta carrera loca en el fondo de su conciencia, aparecen las oraciones. Ya no es aquí la escritura iterativa de la misma frase o la misma palabra lo que resulta esencial, sino la escritura de un texto breve, escrito automáticamente sin inclinación literaria. El texto-pintura se dirige al otro como un secreto que uno murmura, una profecía benévola. El artista se convierte en ángel de la guarda.